Los hermanos eran
constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común,
en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba
impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían
en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en
común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la
necesidad de cada uno.
A diario acudían al templo todos unidos,
celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a
Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y
día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.
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